El Taco Torro ahora en Midtown Global Market
El camino de camión a restaurante ha sido angustioso
Por Leonor Villasuso Rustad
Hay ocasiones en las que el término resiliencia se queda corto al describir la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa, especialmente cuando parece ser una cadena de adversidades en la vida de alguien y aun así, siguen dándole con todo. Ese es el caso de José Haro, quien nació en una familia de muy escasos recursos económicos, quedó huérfano de padre recién nacido, fue internado dos veces por desnutrición extrema cuando era un bebé, y creció pepenando cartón, aluminio y vidrio en Aguascalientes, México, para apoyar a la economía familiar. Su mamá quedó al cuidado de cuatro hijos, por lo que tenía que trabajar fuera de la casa, así que su abuela era quien preparaba los alimentos y la que le transmitió la vocación de cocinar con amor para su familia, cuando lo ponía a que la ayudara en la cocina.
En entrevista, Haro cuenta que desde muy chico comenzó a soñar con migrar a Estados Unidos para trabajar de lo que fuera, porque veía que los vecinos que tenían un papá, hermano o tío de este lado de la frontera llegaban de visita con zapatos o ropa para la familia, o les mandaba regalos, y él no tenía más opción que andar en la calle recogiendo qué vender para poder comer, sin otro futuro. Así que a los 15 años emprendió la jornada sin un sueño en particular más allá de trabajar y, sin haber tenido nunca a nadie que le jalara las riendas como él mismo dijo, empezó a tomar malas decisiones y a desviarse del buen camino ya en tierra norteamericana. Hasta que conoció a unas personas de una iglesia que le ayudaron a reflexionar y enderezar la ruta; incursionó en la industria restaurantera trabajando tanto en la cocina como de mesero, y comenzó a preparar banquetes para fiestas de quince años, bodas, reuniones y eventos grandes de la iglesia a la que pertenece. “Todos en México, me quiero imaginar, tienen un familiar que tiene la sazón y es el que se encarga de hacer las comidas para las fiestas y todo eso. A unos nos toca porque queremos y a otros porque nos ponen”, dice entre risas.
El 15 de agosto su camión “El Taco Torro” cumplirá cinco años de existencia en el estacionamiento de la iglesia Holy Cross Lutheran en E. Minnehaha Parkway y 18th Ave S, en Mineápolis. Recuerda que su esposa, quien trabajaba en una estética, tenía el sueño de abrir un restaurante, pero al investigar sobre eso se dieron cuenta de que económicamente les era imposible, así que optaron por el camión, que era mucho más barato – aunque para adquirirlo y modificarlo a sus necesidades Haro invirtió los ahorros familiares y se endeudó con tarjetas de crédito, amigos y familiares. “Abrimos en agosto y trabajamos hasta diciembre. Como el camión era viejo, en enero se descompuso del motor, la transmisión, las mangueras de la gasolina y yo sin saber nada de mecánica, así que yo con un conocido, en una temperatura de menos 35 grados, estábamos con una lona y un calefactor a la intemperie, debajo del camión, cambiándole la transmisión, arreglándolo”. Y lo resucitaron. Haro estaba muy preocupado por las deudas los dos meses que le tomó arreglar el camión, hubo momentos en los que pensó tirar la toalla porque no parecía que los negocios fueran lo suyo. Pero siguió y volvieron a vender comida, cuando en una de esas descubre que se estaban robando el generador de su camión – cuyo precio era de 6,500 dólares – lo tenían ya en la batea de una camioneta cuando él saltó para detenerlos. Aunque lograron huir y nunca fueron arrestados, el costo de arreglar el generador, que salió volando de la camioneta, le costó a Haro quinientos dólares y el susto.
Luego se vino la pandemia, el asesinato de George Floyd y las protestas. Cuenta Haro que él decidió volver a abrir el camión porque no podía continuar sin tener ingresos para mantener a su familia y pagar sus deudas, y como muchos restaurantes habían cerrado, a él se le formaban filas de clientes que a veces no podía despachar rápidamente y cerrar a la hora que el toque de queda mandaba, por lo que cuando llegaban los policías, él los trataba bien y los alimentaba, explicándoles de su gran necesidad económica y la de los clientes por comer algo. Y así fue como finalmente Haro pudo respirar con más alivio, pagar lo que debía y seguir con su vida y su familia.
Hoy en día, la familia Haro cuenta con un restaurante además del camión, ubicado en el Midtown Global Market, 920 E Lake St, Minneapolis. La esposa de José, Claudia Paola Morales Castillo, está a cargo del nuevo negocio familiar, mientras que su suegra, Juana María Castillo, hace lo propio en el camión; él es el encargado general de los dos -sus tres hijos los han ayudado cuando ha hecho falta.
Del menú de El Taco Torro, a Haro le encantan las gorditas de chicharrón en salsa molcajeteada, y aclara que su esposa hace el mole a la manera tradicional y las sirven al estilo Aguascalientes, además de que ellos cortan las carnes y preparan todo, excepto por las tortillas “porque no nos da tiempo” dice. Haro, quien llegó a este país sin un sueño americano y nunca se imaginó convertirse en empresario, espera poder abrir otro restaurante tal vez en un año.
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